¿Que bloggero repostero que se precie no dedica un post a la fiesta del Día de los Enamorados? La respuesta es obvia, y como no podía ser de otra forma, hoy traigo una receta muy apropiada para celebrar San Valentín.
La verdad es que suena
a tópico, pero es una ocasión tan buena como cualquier otra para hacer un
postre realmente rico y, y si la receta lo permite, dar ese toque rojo tan
típico de este día señalado para todas las floristerías, joyerías y tiendas de
regalos… oops! Quería decir para todas las parejas de enamorados.
Podría parecer que odio San Valentín,
y siguiendo con “topicazos” y frases fáciles, os diré que me parece una
celebración creada por los comerciantes, que aprovechan cualquier ocasión para
incentivar el gasto injustificado y envolvernos en una ola de consumismo
infernal. Sin embargo, y estando totalmente de acuerdo con todos los
calificativos anteriores, tengo que reconocer que todos ellos se evaporaron de
forma casi instantánea cuando mi chico se presentó el sábado en casa con un
ramo de flores silvestres de un tamaño obscenamente grande. Si…soy una mujer de
principios y de valores afianzados, pero en esta ocasión quedaron temporalmente
eclipsados por una cantidad ingente de margaritas y lirios. El salón se llenó
de colores violeta, rosa y morado, y un olor maravilloso que evoca a la
primavera todavía inunda toda la casa.
¿Quiere decir esto que mis “férreas“
ideas son livianas? No! Simplemente, y de acuerdo con la teoría de las
mariposas de David, me siento fascinada por las cosas de colores, y las flores
son un ejemplo perfecto de ello. Redunda decir que mi otra gran afición son las
tartas, por lo que para celebrar esta fiesta tan criticada y querida al mismo
tiempo, y que para muchos resulta consumista, bobalicona y ñoña, os presento
todo un clásico: el “Red Velvet” Cake o tarta de Terciopelo Rojo.
En
él, el autor comenta asombrado como el consumo de este postre entre las clases
altas norteamericanas, ha desembocado en una moda un tanto enfermiza por lanzar
productos bajo el denominativo “red
velvet”. Desde Coca-Cola, hasta multitud de preparados para galletas, donuts,
bizcochos o incluso salsas para carne, pasando por ambientadores o papel
pintado para cubrir las paredes de los dormitorios más chic; nadie puede
resistirse a la “moda red velvet” e inundan el mercado con productos que evocan
su sabor, aroma y principalmente su color rojo intenso.
Sin embargo, lo que me
resultó más interesante es la reflexión que se expone a cerca del contraste
entre dicho consumismo extremo, y un tanto pijo, y las raíces humildes de esta
receta. Parece ser que el término “velvet”, era empleado por los reposteros
desde el siglo XIX para describir los bizcochos que en su elaboración
incorporaban harina de almendra, maíz o cacao, ya que el resultado tras la
cocción resulta muy suave, sedoso y algo aterciopelado en boca.
Respecto al color “rojo”, este no se sumó a la
palabra “terciopelo” hasta tiempo después. En este caso son varias las teorías
sobre la razón de este tono aplicado a las masas. Una de las más simples es la
escasez de alimentos durante la Primera Guerra Mundial. Dicha escasez, y en
ausencia de otros ingredientes, los panaderos y reposteros empleaban remolacha
hervida para mejorar el colores de los pasteles; de ahí los tonos marrones
rojizos de las masas.
En otros foros también se asocia el color
rojizo con las masas en las que se emplean elementos ácidos, como vinagre o
buttermilk, para acentuar los sabores de cacao y del café. Al parecer, ciertas
reacciones químicas asociadas al uso de ácidos en condiciones de alta
temperatura, pueden generar estos tonos en las masas horneadas. Sin embargo, la
explicación más simple, que muchas veces es la acertada, es el nombre dado al
azúcar moreno, que en muchos lugares se conocía como “red sugar”.
Por supuesto, en ninguno de los dos casos, el
tono obtenido se acerca ni mucho menos a los rojos pasión, casi rojos
“Ferrari”, que caracterizan la receta actual, y que por supuesto solo pueden
obtenerse con tintes alimentarios especiales. Ya sea por un motivo u otro,
parte de leyenda y parte de realidad, lo que es cierto es que la moda “red
velvet” ha inundado las pastelerías más populares de Estados Unidos y Canadá
desde la década de 1930. Por consiguiente era lógico que, antes o después, esta
corriente llegara a oídos de los reposteros europeos, tanto aficionados como
profesionales.
Me encantan estas pequeñas anécdotas
culnarias, me resultan muy interesantes, divertidas y encantadoras al mismo
tiempo. Después de mi momento “histórico-freaky”, me meto en harina con mi
tarta Red Velvet. Los que siguen de vez en cuando mis posts, sabrán que soy
prácticamente incapaz de seguir una receta al pie de la letra; paso horas
investigando para dar con la mezcla perfecta, pero cuando estoy con las manos
en la masa, mi vena creativa sale a relucir y comienzo a cambiar cantidades e
ingredientes de forma totalmente irracional. Creo que la suerte está de mi lado
en cuanto a respostería se refiere, ya que casi siempre tengo resultados
altamente positivos y suculentos.
Como siempre horneé la
masa en tres moldes por separados, para facilitar el montaje posterior de la
tarta. Tras el horneado, mi sorpresa fue que los bizcochos adquirieron un tono
rojo muy muy intenso. Llegados a este punto, tengo que recomendaros
encarecidamente el uso de colorantes alimentarios, específicos para repostería
y a ser posible en forma de pasta. A diferencia de las cremas, los bizcochos
son muy complicados de teñir, y en el caso del red velvet la problemática es
mayor. Esto se debe a la presencia de cacao puro en la elaboración, ya que
confiere a la masa un color marrón oscuro, y lo hace especialmente difícil de
teñir.
Una vez enfriados los
bizcochos comencé la elaboración de la crema de relleno y cobertura. En este
caso nuestro bizcocho rojo aterciopelado suele acompañarse con una crema de
queso, que se elabora batiendo mantequilla con azúcar glas y añadiendo a
posteriori queso de untar muy frío. El queso no tiene la capacidad de
emulsionarse de la misma forma que la mantequilla, ya que su cantidad de grasa
es mucho menor. Por esta razón, y para conseguir un resultado firme y
esponjoso, es fundamental utilizar un queso que no sea “light” y además debe
estar muy frío. Para ello, sacadlo del frigorífico justo en el momento de
añadirlo a la mantequilla y azúcar batidos.
Por último llegamos a mi
fase favorita; el montaje y decoración de la tarta. Os aconsejo no recargar
demasiado la tarta, ya que lo más espectacular es el contraste de la crema
blanca con el bizcocho rojo intenso. Creo que una decoración excesiva puede
eclipsar este efecto tan bonito.
En mi caso, preparé unos
botones de chocolate con los que decoré tanto los laterales como la parte
superior de la tarta. Para rematarla añadí unos confetis de azúcar de colores,
con lo que di un pequeño toque de color pero sin sobrecargar el conjunto.
Creo que el resultado fue
muy bueno, y prueba de ello es que los invitados a la celebración dieron buena
cuenta de todo en cuestión de minutos. Un sabor intenso a chocolate, con aroma
de vainilla y una crema dulce de queso… Una combinación fantástica para
celebrar un día especial; ya sea San Valentín u otro evento cualquiera.
Espero que os haya gustado!!
Pasad buena semana y Feliz
San Valentín “con retraso” :)
P.D. Muchas gracias Sam por hacerme este encargo y darme la oportunidad de adentrarme en el mundo "Red Velvet"... toda una experiencia!!! Mil besos