Buenos días a tod@s!
Hoy es un día especial… he abierto los ojos a la hora
acostumbrada, el olor del café de mis vecinos más madrugadores se mezcla de forma
perfecta con el aroma que desprenden los hornos de las pastelerías cercanas,
los primeros viandantes se pasean por la calle con el periódico y el carrito de
compra… todo parece normal, nada altera la maravillosa rutina calmada de los
sábados por la mañana. Sin embargo, algo diferente ronronea en el fondo de mi
mente; por fin lo recuerdo y una sonrisa, primero tímida y luego amplia, inunda
mi cara… ¡HOY ES MI PRIMER DIA DE VACACIONES!
No es un fin de semana normal, es mi primer sábado de
vacaciones veraniegas y me encuentro en mi casa, delante de mi ordenador y sin
mayor expectativa que escribir un ratito y contaros los contenta que estoy y,
como no podía ser de otra forma, hablaros de un postre especial.
Pero primero vais a darme la satisfacción de deleitarme unos
minutos más con esta sensación tan cautivadora. Han sido unos meses de trabajo
largos y duros, casi no he tiempo para escribir y dedicarme momentos de relax y,
ciertamente, mi ánimo tampoco acompañaba. Pero todo eso queda olvidado en
cuestión de segundos; soy consciente de que me esperan tres semanas de sosiego
y tranquilidad lejos de la ciudad y rodeada de mis familiares y amigos. Mi
destino en vacaciones no es nada exótico ni exclusivo, pero cada vez que sus
imágenes vienen a mi cabeza una sonrisa bobalicona y una mirada risueña
aparecen en mi cara. Vigo de Sanabria, pequeño pueblo perdido en tierras
zamoranas, rodeado de montañas y con un maravilloso lago donde me esperan
tardes de toalla, libro y baños agradables. Podría llenar páginas y páginas con
las bondades de mi fantástico “pueblo”, pero creo que dicho post ha de ser
escrito desde allí, arropada por sus calles intrincadas, entre robles y
encinas, y envuelta en ese halo mágico que me hace volver a mi niñez.
Parece que mi mente se resiste a volver a la realidad y mis
dedos traicioneros teclean solos palabras que evocan las ansiadas vacaciones,
pero como he dicho, eso será entro momento y en otro lugar. Ya es hora de
“entrar en harina” y hablaros de un postre delicioso que preparé para el
cumpleaños de mi hermano.
Mi hermano Sergio es un gran amante de la cocina y le
encanta degustar todas mis creaciones. Como no podía ser de otra forma, yo fui
la encargada de preparar la tarta de su cumpleaños, para la cual no me puso
condición o restricción alguna.
Esta vez no se trataba de un gran encargo, no había formas
complicadas, ni cremas de colores disparatados o adornos de fondant. En esta
ocasión mi reto era impresionarle con el sabor y conseguir esa mirada cómplice
que premia el trabajo bien hecho y la satisfacción de alcanzar sus
expectativas.
Para ello opté por una tarta sencilla que combinara la crema
pastelera que tanto le gusta, junto con una fruta sabrosa y de color
espectacular. Como tengo debilidad por los frutos rojos, me decanté por los
fresones.
Reconozco que siempre tengo un paquete
congelado que me sirve de “plan B” ante cualquier emergencia o merienda no
planificada.
Una vez lista la masa, la horneamos a 180ºC cubierta con
papel de horno y durante unos 10 o 15 minutos. No olvidéis pincharla
ligeramente con un tenedor y colocar unos garbanzos encima del papel para
evitar que se generen burbujas en el horneado y se hinche.
Mientras la base de la tarta se enfría, es el momento de
preparar la crema protagonista de la receta y que hace las delicias de mi
hermano. La crema pastelera es muy sencilla de elaborar y os recomiendo
encarecidamente que os animéis a ello y descartéis los preparados en polvo de
supermercado. El único secreto que tiene es emplear vainas de vainilla y… ¡remover
sin parar!
Cuando la crema esta ligeramente tibia, la extendemos sobre
la base de masa quebrada. Una vez lista, es el momento de terminar el postre
con la fruta que más os apetezca. Como he dicho anteriormente, yo me decanté
por unos fresones riquísimos, los cuales coloqué enteros para hacerlos
protagonistas de mi creación.
Por último, y para aprovechar las claras sobrantes de la
crema pastelera, hice un merengue italiano denso, brillante y esponjoso. Con la
manga pastelera fui intercalando “flores” de merengue con los fresones y, para
dar el toque final, lo quemé con el soplete. De esta forma el resultado es muy
estable, firme y confiere unos tonos tostados que hacen de esta tarta un majar
muy muy apetecible.
Por supuesto conseguí la aprobación de mi exigente hermano y
la celebración fue tan dulce como cabía esperar.
Espero que os haya gustado el post y os animéis con la crema
pastelera casera.
Feliz semana y felices vacaciones!
Besos a montón :)
Marta
P.D. Como siempre, este post no sería lo mismo sin las maravillosas fotos de mi David! Mil gracias por ser mi fotógrafo particular :)