Buenos días de comienzo de semana,
Hoy os
traigo un post alegre y divertido, para animar algo el arranque de la semana,
que siempre se hace tan “cuesta arriba”.
Reconozcámoslo,
todos le tenemos ojeriza a los lunes. Se trata sin duda del peor día de la
semana, probablemente por la combinación del primer madrugón y de la primera
jornada laboral, ya sea fuera de casa, dedicada a las tareas domésticas o a los
deberes estudiantiles. Además con la llegada de los primeros fríos,
todavía nos volvemos más perezosos. En mi caso la primera complicación de la
mañana es, tras escuchar el sonido estridente del despertador y reprimir las
ganas de arrojarlo por la ventana, el momento en que los dedillos de los pies
asoman por debajo del esponjoso nórdico de plumas. Parece como si todo el calor
concentrado debajo de esa nube suave y ligera que me acaricia, se escapase de
forma repentina, salvaje, brusca, como se libera el agua aprisionada tras los
gruesos muros de un embalse. Una vez superado ese momento crítico, me acurruco
dentro de mi grueso albornoz y me arrastro, cual fantasma solitario por el
pasillo, hasta la cocina. Todo es oscuridad, ensoñación, desolación por la
ausencia del amanecer; el único rastro de luz es el débil tintineo que producen
las luces de las farolas en los cristales de la terraza… si, el mundo se
presenta amenazador, mi mente me pide a gritos volver a la cama y simular que
todavía es domingo; hasta que un olor dulce y reconfortante emana de la
cafetera. SI! Café, café, café!!! Fabuloso elixir parduzco, de sabor un tanto
amargo pero que despierta mis neuronas a medida que lo noto discurrir por mi
garganta. Mis sentidos se ponen alerta y el mundo empieza a tomar color, la
noche es menos oscura y las luces de las farolas se me antojan ahora más
hermosas, como estrellas atrapadas dentro de burbujas de cristal. ¿Qué os parece
la descripción de mi veneración/adicción por el café?
Además de espabilarme por
las mañanas, creo que un buen café representa uno de los aromas más
maravillosos que hay. Pero permitidme que reincida con rotundidad en la expresión buen
café; no estamos hablando de un grano quemado, torrefacto y con un sabor,
como diría mi hermano, “a cenicero”. Hablo del café natural, que desprende aromas tostados, con reminiscencias de madera e incluso con concierto aroma
cítrico y a regaliz. Es algo fantástico y con muchas posibilidades dentro del
mundo repostero. ¿Quién no ha probado los merenguitos de café de las pastelerías
de toda la vida? ¿O la típica mousse de café de las cartas de postres de los
restaurantes? Son sabores básicos pero riquísimos, los cuales no debemos
olvidar por muy creativos que queramos ser.
Enlazando
con lo arriba mencionado y para ir “entrando en harina”, os diré que el fin de
semana pasado entregamos un encargo un tanto especial, que en cierto modo,
tiene al café como uno de los protagonistas. El sábado pasado fue el cumpleaños
de Felipe, el hermano de mi compañero Gonzalo. Para celebrar una ocasión tan
especial, nos encargó un tarta un tanto diferente. Me dieron bastante libertad
en cuando a la elección de ingredientes, siempre que cumpliera dos condiciones indispensables:
ser de chocolate y tener forma de pelota de tenis! “¿Cómo? ¿De pelota de tenis? ¿Y amarilla?” Esas fueron las palabras
que acompañaron a mi cara sorprendida cuando Gonzalo me entregó una pelota de
tenis real para que me inspirara. Pasado el primer minuto de sorpresa, comencé
a desarrollar la idea y poco a poco la tarta-pelota-amarilla tomó cuerpo dentro
de mi mente.
Las
tartas redondas son siempre un reto muy divertido, y en esta ocasión decidí
hacerla de bizcochos de chocolate y vainilla intercalados. Para dar mi toque
personal al relleno, elaboré una crema de chocolate y, como no podría ser de
otra forma, le añadí café. Como resultado obtuve una crema muy ligera, con un
sabor realmente intenso a chocolate y un fondo de café que recuerda a esos fantásticos
capuchinos que se pueden degustar en una buena cafetería. Tras conformar la base de la pelota, llegó el
momento de recubrirla con una cobertura de chocolate blanco teñida de un
amarillo intenso… un tanto extravagante pero perfecta para nuestro encargo.
A
continuación coloqué una tira fina de fondant blanco, para simular las costuras
de las pelotas de tenis, y el nombre del cumpleañero de fondant negro como
colofón. Para terminar teñí la crema de chocolate blanco sobrante de color verde y apliqué la decoración final en parte
inferior de la tarta cual porción de césped.
A
Felipe le encantó su dulce regalo, y para mí fue un reto un tanto exigente pero
muy divertido. Puedo decir que ya estoy preparada para dar el salto a otros
deportes como fútbol o baloncesto!!
Feliz
semana a todos :)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Agradecemos tus comentarios! :)