miércoles, 29 de octubre de 2014

La importancia de evadirse y MUFFINS DE MORAS SILVESTRES

Podría decirse que tengo una vida un tanto ajetreada. De lunes a viernes mi tiempo se divide entre la jornada laboral, cuyas horas discurren bien con desesperante lentitud,  bien con un ritmo frenético, y las múltiples actividades con las que mi personalidad, siempre inquieta y deseosa de aprender, llena las tardes y parte de las noches. Deportes, idiomas, repostería… no existe tarde de mi semana que no esté ocupada con algo interesante que aprender, calorías que quemar o nuevas recetas deliciosas con las que experimentar. Efectivamente podría decirse que soy enfermizamente hiperactiva; mi mente y mi cuerpo necesitan ocupar las horas libres con tareas y actividades, no solamente por el mero hecho de mantenerme entretenida, si no para evadirme de la rutina laboral y sentirme relajada.



Sin embargo hay veces  en los que el “día a día”, las reuniones interminables, los pitidos de los conductores nerviosos en los semáforos y las señoras que intentan colarse de forma sibilina en la fila del supermercado, consiguen que mis baterías se descarguen por completo. En esos momentos ni el olor de unos suculentos cupcakes al hornease, ni una clase interminable de yoga,  son capaces de devolverme la paz interior y las fuerzas para afrontar un nuevo día. Cuando llego a ese grado de desidia solo hay una cosa que puede ayudarme a recuperar las fuerzas: la montaña.




Para mí la montaña representa la cuerda a la que agarrarse en el fondo de un barranco, el flotador que me impide hundirme en aguas tenebrosas, una luz tintineante al final del túnel… Sencillamente es mi “cargador personal de baterías”; una fuente infinita de energía positiva y buenas vibraciones que tiene el increíble don de devolver mi cuerpo y mi alma a un estado de perfecta paz y armonía.
  



El pasado fin de semana tuve sesión de terapia montañera, combinada con una feria gastronómica y la inmejorable compañía de mis amigos. Fuimos muy afortunados, ya que este extraño otoño que estamos teniendo nos regaló unos días soleados y calurosos, perfectos para pasear por el campo y disfrutar de la naturaleza. Imaginad praderas de un verde luminoso, flores por doquier, un lago azul que se funde con las montañas y un cielo cerúleo salpicado de cúmulos blancos… Un paisaje bucólico por el que mis sentidos navegan sin miedo a perderse. Mi mente sonríe risueña al escuchar el agua correr traviesa por las laderas, las carcajadas de los amigos mientras caminan y los disparos característicos de la cámara réflex, intentando con mayor o menor éxito captar los últimos coletazos de un verano que se niega a claudicar ante el invierno acechante. Yo avanzo algo retrasada, escuchando las voces en la distancia y sintiéndome afortunada, paso a paso, por la compañía de aquellos que me quieren y la felicidad que me regalan. Las baterías están cargadas al 98% y de repente,  escondidas entre unos espinos retorcidos, aparecen pequeñas, oscuras  y totalmente tentadoras, un montón de MORAS. Yo las miro e inmediatamente mi alma repostera, aletargada lejos de la ciudad, el horno y las varillas, me envía imágenes totalmente sugerentes: confituras, tartas, bizcochos, muffins… un sinfín de recetas con este delicioso fruto como protagonista. 



Como podréis imaginar me traje una bolsa repleta de estos frutos deliciosos y hoy, por fin, he podido emplearlas para hacer unos MUFFINS DE  MORAS SILVESTRES. Para aquellos que piensen que los muffins y las magdalenas son lo mismo, tengo que decirles que están muy equivocados. Bien es verdad que sus ingredientes son similares (harina, huevo, azúcar, aceite, levadura, etc), sin embargo, mientras que una magdalena debe tener una masa uniforme y esponjosa, la textura del muffin es más parecida a la de un pan dulce. La masa es mucho más consistente, quizás algo grumosa, y lo que es más importante, siempre tienen un relleno. 


Podemos hacerlos de chocolate, de frutas frescas, como manzana o mango, y/o acompañarlo con frutos secos, como las nueces o avellanas. De la gran variedad de frutas adecuadas para elaborar este dulce, me gustaría reseñar los frutos rojos. Son, probablemente, los que les otorgan el toque más sabroso y especial, debido a su sabor ácido pero lleno de matices. ¿Qué turista en Nueva York no se ha deleitado con un enorme muffin de arándanos acompañado de un capucchino humeante mientras recorre las avenidas de la Gran Manzana? Ni que decir tiene que yo caí en la tentación... y repetí!




Estos muffins de moras silvestres pirenaicas los preparé para agasajar a mis amigos; compañeros de excursiones, ferias otoñales y alguna que otra aventura descabellada. Ya que no tienen decoración, ni la necesitan, usé unas cápsulas moradas y así hacer un giño a las grandes protagonistas de la receta. Además son realmente cucas!
Fue una merienda de domingo estupenda, que nos dejó totalmente preparados para afrontar el lunes con una sonrisa y llenos de energía… BATERÍAS CARGADAS AL 100%.



Feliz semana a tod@s!

  



 P.D. Este post se lo dedico a mi amiga “Sam”, que arriesgándose a terminar totalmente arañada y llena de urticaria, me ayudó a recolectar mi bolsa de moras. Una vez más, como siempre nos ha pasado durante estos treinta años, nos hemos enfrentado juntas a los problemas, y aunque algo magulladas, siempre hemos salido victoriosas.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Reflexiones sobre globos de colores y CUPCAKES DE FRESA Y CHOCOLATE

Como toda “maña” que se precie me encantan las Fiestas del Pilar. Cada año, cuando se acerca el mes de octubre, empiezo a pensar en esta fecha tan señalada y especial que adorna el calendario de los aragoneses.
Ciertamente el programa de actividades es similar temporada tras temporada y quizás, debido a esta crisis nuestra que nos acompaña, la oferta festiva ha decaído algo y no hay tanta variedad como en tiempos más opulentos. Sin embargo, lo que nunca decae a pesar de los momentos duros, es el carácter de la gente y las ganas de echarse a la calle; llueva, haga viento o tengamos que apretarnos algo más el cinturón a final de mes.


En mi caso, lo que más me gusta de las fiestas es salir a la calle, sin destino claro, y pasear durante horas por la ciudad, asimilando los colores, los olores y el ambiente de felicidad que se respira por todos los rincones. Allá donde uno mire, el rojo y negro de los cachirulos se impone por encima de todos los colores, y los maños, ya sean “de la tierra” o foráneos, llevan con orgullo este símbolo zaragozano.
Este año el calendario de vacaciones no ha acompañado mucho, y nos ha tocado trabajar toda la semana mientras la ciudad se vestía de gala. Pero por fin ha llegado el sábado y he podido escaparme al centro, a sentir el ambiente festivo en todo su esplendor: gigantes y cabezudos, cachirulos por doquier, música en la calle, puestos callejeros de artesanía y gastronomía, y cientos de personas paseando y aprovechando los últimos coletazos de buen tiempo que nos da el otoño… una maravilla que me llena de alegría. 

Pero hay una cosa que adoro especialmente, algo simple, quizás absurdo, pero que cada vez que pasa a mi lado me transporta veinte años atrás, a una época en la que mi cabeza solo era ocupada por pensamientos dedicados a la alegría, la sencillez y los SUEÑOS. Se trata de los ramos de globos de helio… Si, esos enormes, llenos de colores y con las formas que hacen las delicias de los más pequeños de a familia. ¿No os resulta encantadora la sonrisa de una niña que contempla con ojos enormes y muy abiertos un globo-poni-unicornio de color rosa? Ambas miradas me resultan encantadoras; la de la niña, cargada de un deseo simple e irracional por las cosas bonitas, y la de su padre, algo aviesa pero llena de amor fraternal.
Padre e hija contemplando la escena; ella con un chándal rosa y una cola de caballo, y él con vaqueros y una camisa de cuadros… uno al lado del otro, cogidos de la mano y quietos, como ensimismados por el sinuoso baile de los globos al compás del viento. Ella pensando en cuanto desea abrazar uno de esos corazones rosas y él preguntándose si su pequeña tendrá un futuro que cumpla con todas sus expectativas… Esta tarde, veinte años después, ella con vestido y tacones y él con su camisa de cuadros y alguna cana más que antes, han vuelto a mirar los globos de colores con los mismos ojos. Alguna arruga adornaba sus miradas, pero eran brillantes, felices y cargadas de SUEÑOS; exactamente igual que antaño.




Para hacer sonreír a la niña que hay en mí; esa que adora el rosa, la fantasía y la purpurina, he preparado unos CUPCAKES ROSAS DE CHOCOLATE Y FRESA. Son un encargo para Inés y Celia, las hijas de un compañero del trabajo, por lo que me he inspirado en mis recueros infantiles para hacer algo realmente dulce y divertido. Espero que cuando los pruebe una amplia sonrisa inunde su rostro, la misma sonrisa que aparecía en el mío cuando abrazaba con fuerza un globo de colores.






Como no podría ser de otra forma, la base es de bizcocho de chocolate, ya que resulta infalible con los niños y con los “no tan niños”. A continuación he elaborado una crema de chocolate blanco y fresa; una de esas combinaciones de sabores que me evocan unicornios de colores, mariposas con alas brillantes y personajes de Walt Disney. 


Por supuesto, para hacerla tremendamente bonita y apetitosa para una niña, la teñí de color rosa chicle. Y para rematar estos cupcakes infantiles, los he decorado con corazones blancos de azúcar y unos botones de chocolate negro. Estos últimos los hice yo misma, empleando un molde de silicona que adquirí en mi última visita a Francia y sus maravillosas reposterías.
Tras terminar y analizar cuidadosamente el resultado, creo que estos cupcakes harán las delicias de todas las niñas, y tengo la impresión que sus padres tampoco quedarán decepcionados, ya sea por su sabor o por la mirada golosa que verán en sus hijas cuando prueben el primer bocado.  :)




Solo me queda desearos buena semana y recordaros que sonreír es gratis. Regalad sonrisas dulces a todas las personas que os rodean!!



P.D. Este post se lo dedico a mi padre, que me compraba globos de colores y me animaba a que persiguiera mis sueños. Gracias por enseñarme que soñar es una condición para ser feliz… Tu sombra y la mía siempre irán unidas por mucho que se alarguen. 

jueves, 9 de octubre de 2014

En busca del MACARON PERFECTO: macarons de chocolate con relleno cremoso de moka

¿Cómo hacer un macaron perfecto y no morir en el intento? Esta pregunta me la he planteado muchas veces, he consultado recetas de todas las clases y hecho alguna que otra prueba; hasta que un día… Abres el horno con mirada recelosa y cargada de expectación, y aparecen unos macarons idénticos, lisos y brillantes: PERFECTOS. Además, tras probar el primero te das cuenta de que son crujientes en la superficie pero muy esponjosos por dentro; es decir, una maravilla transformada en pequeño y delicioso bocado.





Antes de desvelar más detalles del post de esta semana, vamos con un poco de historia y cultura gastronómica. En mi largo periplo en busca del macaron perfecto, he descubierto que este dulce tiene su origen en Italia, pero  fue la corte Francesa del sigo XVI la que extendió su consumo, convirtiéndolo en un postre popular entre las damas distinguidas de la alta sociedad. Inicialmente se servían las galletitas o “tapitas” de forma individual y no fue hasta el siglo XIX cuando comenzaron a rellenarse, transformándolos en unos mini-sándwich dulces y ligeros que, desde entonces, son servidos en las confiterías más exclusivas. 



Como veis me encanta navegar por internet, consultar blogs y bucear en los libros de repostería que cada día se reproducen en mi pequeña biblioteca. Tomo cientos de notas, contrasto cantidades y cuando creo que tengo la receta perfecta, me marcho a la cocina, me pongo el delantal y… soy incapaz de seguir los pasos al pie de la letra! Por mucho que me lo proponga, siempre termino añadiendo algún ingrediente adicional, cambiando las cantidades de los mismos o experimentado con los tiempos de cocción y enfriamiento. Debido a esta creatividad he dado con fórmulas fantásticas, gracias a las cuales me permito decir, no sin cierto orgullo, que son “algo mías” (véase por ejemplo “mi” bizcocho de zanahoria especiado que colgué la semana pasada).
Esta falta de rigor repostero tiene algunas desventajas, siendo la mayor mis intentos fallidos de macarons. Tras hacer ligeras modificaciones de la receta, he conseguido unas maravillosas galletitas agrietadas de color naranja. Ciertamente el sabor a almendra y naranja era bueno, pero francamente no se parecían en nada a lo que yo buscaba… si, este caso es la excepción que confirma la regla: experimentad, dejad volar vuestra imaginación, pero nunca con los macarons! Seguid la receta y consejos de forma literal y, si las condiciones de humedad y  temperatura son buenas, y vuestro horno no se ha despertado con el pie izquierdo, conseguiréis un resultado magnífico.


Sin embargo tengo que advertiros que una vez que das con el macaron perfecto, es complicado no engancharse a la “macaron-manía”, o lo que es lo mismo, no poder parar de explorar las infinitas posibilidades de sabores y colores que nos ofrecen. Yo los he hecho rosas, marrones , naranjas… de chocolate, café, fresa… Los colorantes resultan fantásticos para darles una apariencia espectacular y se pueden rellenar tanto de buttercream, como de chocolate o incluso incorporar algún fruto rojo. Solamente os daré un consejo, no abuséis de los extractos en la elaboración de la masa, ya que deben tener un sabor intenso a almendra y no merece la pena enmascararlo con aditivos artificiales.


Ciertamente no es la primera vez que elaboro estas delicias, pero en esta ocasión eran para un evento especial y decidí transformarlos en pequeños detalles. En este caso, son de chocolate con relleno cremoso de moka; sencillos y delicados.
Los invitados de cualquier evento quedarán encantados si reciben como recuerdo un paquetito lleno de color, sabor y dulzura; ¿qué mejor manera de acordarse de ese día señalado? Se me ocurren muchos ejemplos: macarons rosas de fresa para la comunión de una niña, azules rellenos chocolate banco para un bautizo de un nene, de colorines para un cumpleaños o merienda… hay tantas posibilidades como colores y sabores.
Y para animar a los escépticos pero de carácter práctico, os diré que esta clase de detalles no suelen sobrevivir al día del evento. Puedo garantizar y garantizo que a la mañana siguiente no tendréis que pensar donde colocarlos en el salón, ya que nadie puede resistirse a un MACARON PERFECTO.




P.D. Ya tenemos tarjetas de visita. Son tan monas como nuestras creaciones reposteras :)


lunes, 6 de octubre de 2014

Bizcochitos de zanahoria especiados

Al contrario de lo que podías pensar, no soy una persona especialmente golosa. No me malinterpretéis, adoro el chocolate en todas sus formas de expresión y por encima de todas las cosas, pero los dulces “demasiado dulces” no son mi fuerte. 
En estos momentos os estaréis preguntado cómo es posible que semana tras semana publique post de cupcakes, con toneladas de buttercream y azúcar “a porrón”.  Si le preguntáis a mi chico os dará una respuesta en forma de: “Teorema de las mariposas”. Y este dice de la siguiente manera: ¿Que hace a Marta parecerse a las mariposas? La respuesta se puede encontrar tras un análisis minucioso de un jardín repleto de mariposas. ¿Qué es lo que centra y llama la atención de estos gráciles insectos? Se trata de las flores, y más concretamente de las más coloridas, ya que se sienten atraídos por todo aquello llamativo y brillante. A Marta le pasa exactamente lo mismo, por lo que aplicando un silogismo básico, ella es una mariposa que se siente atraída de forma irremediable por las cosas bonitas de colores”. Bien, he de confesar que esta teoría de doctor chiflado se acerca extraña y preocupantemente a la realidad; es decir, me paso las tardes horneando y decorando cupcakes, no por que necesite comérmelos, sino porque siento una necesidad inexplicable de hacer y decorar cosas bonitas con muchos colorines. Para ser sinceros tengo más síntomas que le dan la razón a mi chico… Hace años que intento superar la etapa de comprar post-its de forma de corazón, bolígrafos y rotuladores de colores que jamás podría usar en el trabajo y cualquier objeto de papelería decorado con muñequitos y totalmente inútil.


Cualquiera que lea estas líneas pensará si estoy algo trastornada o que la cafeína nubla mis sentidos después un día estresante de trabajo. Llegados a este punto os diré que son las 11:00 de la noche, solo me he tomado un café esta mañana y estoy escribiendo desde una habitación de Hotel en la ciudad francesa de Lemans. ¿Y que me hace reflexionar sobre el nivel de dulzor que tolera mi paladar y mi adicción a las cosas de colores brillantes? Pues sencillamente es encontrarme en Francia, cuna de la pastelería, panadería, repostería… Allá donde miro solo veo calles llenas de boulangeries y patisseries, creperies en todas las esquinas y enormes secciones especializadas en la elaboración de postres en todos los supermercados. Tras pasear por calle encantadoras, fotografiar cada escaparate y asaltar alguna que otra tienda de utensilios reposteros, me he dado cuenta de que los únicos dulces que realmente me tientan son los “menos dulces”. Adoro los brioches, el pain au chocolat y los croissants. Podría basar mi alimentación solo en esos tres pilares y sería tan tan feliz…


Para darme un homenaje y agasajar a todos aquellos amantes de los dulces “menos dulces”, os traigo mi bizcocho favorito, con un sabor sorprendente y sin ningún tipo de relleno, crema o glaseado. 


Esta receta está basada en un bizcocho de zanahoria y nueces que me pasó una compañera del trabajo. Sin embargo, a medida que lo he ido preparando, he modificado cantidades, añadido ingredientes nuevos y, sobre todo, incorporado las especias a la receta. Tras varias pruebas, las pasadas navidades di con la mezcla perfecta y desde entonces es mi “bizcocho estrella” y mi tentación particular. 

Cuando está en el horno desprende un olor totalmente irresistible para mí; huele a frutas, especias, Oriente… me recuerda a los largos paseos por Estambul y su Bazar de las Especias… algo maravilloso!

Por cierto, ya que no he añadido ningún tipo de decoración, y para darle un toque coqueto, he elegido un molde que nos permite obtener porciones individuales directamente. Es fantástico, ya que los bizcochitos son monísimos y se hornean muy rápido. Os imagináis mini porciones de tartas con diferentes cremas y decoraciones? Pequeños pedacitos cargados de glamour y colores… Mi mente creativa ya está en funcionamiento y decenas de ideas llenan mi cabeza. Pero eso será otro día, ya de vuelta en casa y con el ánimo mucho más dulce.

Estad preparados para un post GOLOSO y COLORIDO!!!








P.D. Este molde divino es un regalo de mi amiga y socia Isabel. Siempre tiene nuevas ideas que me ayudan a hacernos la vida un poquito más dulce cada día :)